José Tagliatelle
José, en su patio de césped corto, sentado en la reposera de lona naranja, esa, la de los caños oxidados. Sobre la mesa blanca de plástico... el sifón, el pingüino, un vaso, pan, un repasador, queso rallado y su platón hasta el tope rebalsando de tallarines. Sonia en la cocina, limpiando la mesada, y ordenando el desparramo de trastos sucios.
Él, pensativo, enroscaba los tallarines en el tenedor, los miraba como diciéndole algo al rollito de harina y huevo, les daba un tiempo hasta llegar a su boca, y los saboreaba con intensidad, como si fuese el último bocado que podría ingerir. Limpiaba los restos de salsa alrededor de su boca, y realizaba una vez más su acción de comensal.
Se levantaba, tomaba su plato con pastas y se quedaba parado en la cocina, mirando a Sonia en sus cosas, mientras él enroscaba suavemente otro bocado de tallarines. Y Sonia lo miraba a él, y a su boca masticando.
José quería decirle algo a Sonia... pero seguía con su plato en la mano, y degustando la comida.
Iba al baño, se miraba en el espejo, comiendo tallarines. Se veía masticar desde todos los ángulos, con el ceño fruncido, de un perfil, luego del otro, con la boca abierta, con la servilleta en el cuello, con la servilleta en la cabeza. José, sosteniendo el plato y masticando, tenía la destreza necesaria para poder simultáneamente hacer pis, tirar la cadena, abrir y cerrar las canillas del lavatorio, para lavarse primero una mano y la otra después. Incluso, podía cortar el papel higiénico si fuese necesario, para usar de servilleta, solo en el baño, sin dejar de sostener los tallarines y masticar.
Frente al espejo hacía ademanes, con tallarines en la boca. Imitaba avisos publicitarios con distintas cantidades de pasta en la boca, también cantaba óperas enteras. Frente al espejo, masticando tallarines, José se quedaba pensando. Expresando algo que no podía decir.
Volvía por el pasillo, se detenía a mirar un cuadro, comiendo tallarines... Se rascaba la espalda con el marco de la puerta de la habitación, comiendo tallarines...Seguía rumbo a la sala de estar, subía el volumen del televisor, comiendo tallarines.
Sin que lo vean, eructaba, al mismo tiempo que masticaba. Y sino, tenía incorporada una técnica, que le permitía disimuladamente eructar y masticar, sin demostrar alteración alguna.
José, masticaba tallarines, y sin detener su marcha, podía separar una hojita de romero de su boca. Muchas veces, trababa lo suficiente un escarbadientes entre sus labios para que no se le caiga, cuando abría el paso al tenedor lleno hacia la boca.
Con tallarines en la boca, atendía el teléfono, generando espacios suficientes para que se le entienda con la boca llena. Incluso, grababa mensajes de voz, perfectamente entendibles y reconocibles por el accionar de su boca. José, siempre con tallarines en la boca, se pavoneaba con selfies masticando.
Otra vez, José ayudó a empujar con una mano un Fiat Duna S de un vecino, que no arrancaba, y con la otra sostuvo su plato y el tenedor, siempre con tallarines en la boca.
Tampoco fue dificultad alguna para José bañarse comiendo tallarines, ni cuando buscando relajarse, supo hacerse un baño de inmersión, con plato, tenedor y servilleta.
Un buen amante, mastica tallarines. Eso pensaba Sonia, que por amor a su José, le hervía, día tras día, esos tallarines, que en la boca de su hombre tanto la erotizaban. José, solía quedar desnudo, haciendo el amor con Sonia, mientras empujaba con el tenedor otro roll de spaghetti a su boca. Gemía, gozaba y masticaba tallarines... ante una Sonia desvanecida de amor.
Cambiar una lamparita no ofrecía ninguna complicación para José, mientras masticaba tallarines. Incluso llegó a cambiar una llave térmica de 10 amperes del tablero eléctrico, masticando, mientras Sonia, solo en esos casos de necesidad, e incondicional a su lado, le sostenía el plato.
Masticando tallarines cambiaba la garrafa de gas cuando su amada se lo pedía, o sacaba la basura, si ella le insistía.
Cuando sacaba a pasear el perro, masticando tallarines, con un tupper para que no se le enfriaran.
Comiendo, recordaba la voz de su abuela diciéndole que no es un verdadero amante de las pastas quien corta los tallarines. También mientras comía, seguía pensando en eso que le quería decir a Sonia.
Sonia le pidió por favor, que cortara el pasto del jardín. José intentando arrancar la máquina, con una mano sosteniendo el plato, y con la otra en la piola de arranque, pegó un tirón y volaron los tallarines por el aire. Ahora sí, le podía decir a Sonia lo que tan pensativo lo tenía.
¡Sonia! ¡No me gustan los tallarines!
FIN