Como olvidar el viaje que hicimos a Minera Aguilar, en la provincia de Jujuy, para ver la posibilidad de hacer una póliza de rotura de maquinarias a todos los equipos que estaban en la mina, negocio que se le había ocurrido a Carlos BOVER, que en ese tiempo era casi Gerente General de Johnson & Higgins.
Los participantes de la expedición/inspección fuimos, Carlos BOVER y Hugo LÓPEZ, por J&H, Jorge Alberto URRIZA (el vasco) y yo por LBA.
Los equipos a cubrir no cumplían ni de cerca con la antigüedad que en esos tiempos se requerían para darles cobertura, pero casualmente esa era una de las diferencias del ayer con la actualidad. Carlos no negaba esto, pero te decía "Vos viste las máquinas?, tenés idea que a esa altura la corrosión casi ni existe y los incendios tampoco?, etc., etc...
En esos tiempos, tales afirmaciones hacían necesaria una inspección in situ. Viajar hasta allí fue una experiencia maravillosa, fantástica y heroica.
Llegar a Jujuy en avión fue un paseo, pero luego, como en las películas de aventuras y suspenso, apareció la camioneta que nos llevaría hasta la mina. Comenzamos el camino, pasamos por varios pueblos y nos detuvimos a cenar temprano en Tres Cruces un pueblo que está a casi 3.700 metros sobre el nivel del mar. Mientras comíamos, empecé a sentir dolor en la nuca y veía borroso, como si hubiera neblina. El chofer de la camioneta le pide al que nos servía, que me dé un té de coca. Ignorante de mí, le dije que no, que con un geniol o cafiaspirina se me pasaría, más el joven insistió, por tanto, cuando terminé mis empanadas esperé unos minutos y le dí al té. El gusto era medio raro y no muy agradable, pero sin dudas que valió la pena. En pocos minutos el sol salió nuevamente, no me dolía nada, estaba sin neblina, despejado. Claro, ese té lo íbamos a tomar varias veces y no solo yo.
Terminamos la parada, y Carlos me ofrece viajar adelante, para, según él, contemplar las trescientas curvas y contracurvas que tenía el camino hasta llegar a destino. Poder disfrutar, admirar y gozar ese portentoso paisaje de la Puna fue fascinante. Tanto lo fué que mucho tiempo después lo repetí tres veces más en mi propio vehículo.
La mañana siguiente, ya en la mina, fue de aprendizaje, el gerente nos dió algunos tips para "sobrevivir" al intento de recorrer el yacimiento, como por ejemplo caminar lento, ser frugal con las comidas y respetar todas las indicaciones de seguridad, entre otras.
Más hubieron tres hechos, que hoy, pasados 40 años casi de la inspección, se han transformado en recuerdos imborrables.
La segunda noche, luego de la cena, tanto Hugo como Carlos, nos invitan a su dormitorio para jugar al truco. En cada habitación había un tubo de oxígeno para los visitantes, por cualquier cosa que pasara. Nunca pensamos que lo usaríamos, pero sucedió. Como siempre en este apasionante juego argentino, ante una jugada que se resolvió con la última carta, Hugo, la jugó golpeando la mesa y saltando de alegría por haber ganado los cuatro puntos del vale cuatro. Claro, se olvidó de los más de cuatro mil metros y como se vé en las fotos, después de su explosión de euforia le empezó a faltar el aire y Carlos, quién ya tenía experiencia en viajes a Minera Aguilar, le colocó la mascarilla. Estuvo cinco o seis manos jugando con ayuda del oxígeno.
Al otro día, ya recuperados del truco, nos vestimos apropiadamente para visitar el interior de la mina. En el camino, nuestro guía nos dice que íbamos a entrar a un nuevo túnel que se había abierto hacía poco. Luego de caminar más o menos media hora, una niebla muy densa e intensamente blanca nos cubría desde el suelo hasta casi nuestras rodillas, no nos podíamos ver los pies, mi emoción me superaba, era un paisaje surrealista, de otro planeta, me sentí como el capitán James T. Kirk o su amigo el Sr. Spock, rodeado de la boca de dos o tres túneles de piedra gris azulada con vetas blancas, todo tallado por las explosiones, los barrenos y junto a los mineros con sus cascos con linternas. Era una imagen fantasmal e increíblemente hermosa.
Estos hombres, se ganaron nuestra admiración, no solo por el trato que nos dispensaron mientras trabajaban, sino que contaron una de sus creencias. Todos los que trabajan en la mina, o su gran mayoría coquean, ellos toman algunas hojas de coca y se la llevan a la boca (puede ser con bicarbonato) masticándolas y formando un bollito que se denomina "acullico". El acullico se coloca entre el cachete y el final de la línea de las muelas y se mantiene allí. Cuando ya ha perdido sus propiedades, el acullico se deposita en algunas de las miles de miles de salientes que hay en el túnel, como una ofrenda a la Pachamama invocando su protección, pues sin lugar a dudas, es un trabajo durísimo y peligroso.
Ese día, a un par de horas de nuestro ingreso a la mina, Hugo le pregunta al Vasco si se sentía bien, este le dice que sí, pero cuando lo miro estaba más blanco que una tiza, por tanto, dos mineros, rápidos y solidarios, lo meten en una vagoneta, prácticamente lo acostaron y lo sacaron hacia el exterior donde, con la ayuda de un poco de oxígeno y el descanso de estar acostado hicieron que se recuperara rápidamente.
A la noche tuvimos otro truquito de alta montaña no tan largo y con mucho cuidado, para no usar el tubo de oxígeno.
A la mañana comenzamos el regreso hacia la "Tacita de Plata" como le dicen a San Salvador de Jujuy. Paramos en Humahuaca, en realidad en Uquía, para ver los cuadros de los Ángeles Arcabuceros en la iglesia del lugar; luego pasamos por Tilcara y un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, pero donde había una iglesia del 1700 aproximadamente. Carlos quería que la conociéramos por dentro y consiguió que alguien nos abriera la puerta. Jamás voy a olvidar el tamaño de la llave, tan grande que debía medir entre treinta o cuarenta centímetros de largo por más de diez de ancho. Este maravilloso santuario con un altar extraordinario confeccionado con oro, tenía asientos realizados con madera muy dura, sin embargo, el paso de tiempo y la cantidad de fieles arrodillados y sentados, lograron desgastarlos tanto, que se notaban, por sus curvas, donde iban las rodillas y donde sus sentaderas.
Esa tarde tipo diecisiete horas, llegamos a la capital de Jujuy, Carlos nos hace bajar de la camioneta, para que cruzáramos el puente sobre el río Grande. Nos íbamos a alojar en el hotel Altos de la Viña, y quería que viéramos las montañas que si mal no recuerdo están hacia el oeste. Una vez más hice gala de mi ignorancia supina. El puente era bastante largo, hacía tiempo que no llovía y el cauce del río era muy pobre, pequeño, irrisorio para tamaña construcción, por tanto, abrí la boca y dije, "Carlos, se pasaron los jujeños eh? Tanto puente para tan poco río, qué río ni siquiera arroyito..." Sonrió y me dijo "..ya vas a ver, ya vas a ver..." Terminamos de cruzar el puente y del otro lado nos esperaba la camioneta para llevarnos hasta el alojamiento y combinar para venirnos a buscar al otro día y tomar el avión de regreso a Buenos Aires.
Esa noche, tarde oi truenos y el ruido de la lluvia, pero lo que más me preocupaba era un ruido sordo y muy fuerte al que no le podía dar origen o motivo, no tenía registro en mi memoria de ese tipo de sonido, era muy extraño, más el cansancio pudo más y el sueño me venció.
A la mañana siguiente, nos levantamos temprano, desayunamos y cargamos nuestros equipajes en la camioneta de Minera Aguilar. Carlos nos preguntó si habíamos escuchado ese ruido tan particular. Ante nuestra afirmativa me dijo, "pibe faltan dos cuadras para el puente que según vos era muy grande, preparate para otra lección de ingeniería". Llegamos al puente y lo que ví era increíble, una corriente intensa, fortísima y que casi superaba ambas márgenes del río Grande. Un espectáculo sobrecogedor, la corriente no solo era muy fuerte, sino que traía árboles, animales muertos y todo aquello que seguramente estaba en su camino. La lluvia había comenzado en las altas cumbres y el agua baja de una manera arrolladora y nada se puede oponer a su paso. El ruido nocturno tuvo su explicación, el ancho del puente tuvo su razón de ser y el hilito de agua del día anterior era una corriente impetuosa que arrastraba todo lo que se le interpusiera a su paso.
Abordamos el avión y volvimos a Buenos Aires con la satisfacción del deber cumplido. Ahh... si, la inspección de las maquinarias para darles cobertura, la verdad no me acuerdo del resultado ni siquiera si hicimos la póliza.