Mis primeros pasos en el Inder
Y entonces, ese 22 de noviembre de 1965 atravesé por primera vez la puerta del INdeR, iniciando mi carrera en el mercado asegurador argentino. Como nadie sabía qué hacer con un adolescente de dieciséis años, que encima era recomendado por el Presidente del Organismo y el Tesorero del Sindicato del Seguro, me asignaron en la Ofic. de Personal (hoy sería Recursos Humanos).
Mi primer jefe fue Joaquín Agob, una persona excepcional, como todos los compañeros que tuve en esa época, Susana Enriquez, María Delia Castro, Isabel Penedo, Chichita Zubiría, Horacio Gey y un excelente compañero que fue Julio Nocioni; el me guió y orientó en mis primeros difíciles y duros días. Más, a quién le debo en gran parte, haber llegado hasta aquí, con casi 55 años de trabajo honesto, serio y profesional, fue a un excelente funcionario y grandísima persona que me acogió y me trató como un hijo, Oscar Alejandro ESTEBAN. Hombre inteligente, brillante, cariñoso y muy solidario. Sin duda alguna, mi paciencia se la debo a Oscar, la astucia y sagacidad del tigre eran condiciones innatas en él. Mientras fue mi superior directo me cuidó, alentó y asistió. Así, cuando me fui a Riesgos Varios, nos reuníamos una vez por semana y hablábamos largo rato sobre cómo iban mis cosas y siempre me daba algún consejo sano y útil.
El entrepiso, donde trabajábamos, lo compartíamos con la oficina de Préstamos Hipotecarios, sí... qué tiempos aquellos, el INDER le daba préstamos hipotecarios a sus empleados y a los de la S.S.N. a tasas y plazos que hoy suenan a primer mundo (treinta años y al siete por ciento anual sobre saldos), gracias a los cuales, la mayoría de los empleados eran y/o fuimos propietarios; hasta un presidente de la institución, el Dr. Raúl Máximo Crespo Montes, sorprendido, generó una dispensa y se le otorgó un crédito de este tipo y pudo también transformarse en dueño de su propia casa.
En ese sector trabajaba Luis Monteverde, gran amigo que ayudó en mi formación iniciándome en la escucha de la música clásica, cosa que con el transcurso de los años transformé en amor por la ópera. Por mi edad era sujeto a bromas. La que más recuerdo era cuando tenía que ir a buscar el parte de novedades al edificio de Rivadavia 633, a cuatro cuadras del edificio central. Allí funcionaba el Departamento Equipo Mecánico (hoy se llamaría Sistemas), donde me trataban muy bien, sus principales funcionarios eran muy jóvenes, Ricardo Patricio Laino, Pedro Pablo Kardos, Agustín Ginocchio, entre otros. En esos tiempos comenzaba la evolución tecnológica y todos los funcionarios del INdeR dependían totalmente de los jóvenes programadores, quienes además se divertían bastante y eran casi intocables. El Dpto Vida en el segundo piso, siempre fué un lugar inaccesible, me daba la sensación de ser un cuartel militar. Dos excepciones, Carlos Paéz siempre sonriente y Enrique Jorge Presas, hombre con una gran calidad humana que,definiendo el ambiente que lo rodeaba dijo: “mirá Jorge, todos somos iguales pero ellos creen que son más iguales”.
Lo más duro y hasta cruel, pero, después de un tiempo, finalmente divertido, sucedía en el sector Automotores, liderado por Jorge Calderón, el “Tarta” Barreiro y Wolf Tuyentaft. Allí trabajaba Cristina del Priore, una de las mujeres más hermosas que trabajaban en el INdeR, entonces, cuando yo, adolescente con granitos en la cara y una timidez fuera de lo común, tocaba el timbre para retirar el parte, el que se asomaba, cualquiera, me decía que tenía que pasar y pedírselo a Cristina, quién, jugando con mi vergüenza siempre me recibía con una caricia y un beso (en ese tiempo un beso era algo impensado) a lo que se prendía el Tarta diciendo alguna frase, tal como ... Che Jorgito ¿te gusta Cristina? O, ¿viste que linda está? O, mirá que bien vestida que vino hoy con esa terrible minifalda, ¿ehhhhh? Mis rojos faciales viraban del más tenue al más intenso y no sabía qué hacer, solo miraba al suelo, farfullaba alguna boludez, esperando el, para mí, maldito parte diario de novedades. Esto duró algún tiempo y era un secreto bien guardado entre ellos y yo. Claro que no sabía cómo hacer para terminar con ese "suplicio". Quién me ayudó con una certera observación fue Armando Bonorino, delegado del Sindicato del Seguro,quién me dijo “mientras más aceptes la joda sin quejarte, más te van a respetar y a querer, si te llegás a quejar la joda no va a terminar nunca y seguro que va a empeorar, tené en cuenta que para nosotros los de la oficina de personal siempre están jodiendo con los controles, las faltas y las llegadas tarde”.